“La aventura de oír: Del arte de leer”, por Ana Pelegrín
No sólo el arte de contar es un oficio olvidado; hemos perdido el arte de leer. Nos referimos a la lectura (no a las técnicas y prácticas de aprendizaje lector) como cadencia, ritmo, entonación, expresión de un lector que quiere contar, cantar, encantar a un grupo expectante.
El lector en épocas pasadas, urbanas y rurales, era distinguido por su propiedad de allegar, descifrar el texto ante los oyentes letrados, escasamente letrados o los declaradamente iletrados.
El lector es el intérprete y el intermediario entre el libro y los que escuchan. Pero la voz en el espacio, la voz contactando la sensibilidad de otros, crea un ámbito de intensidad aumentada por la de cada oído-interioridad. Los que escuchan comparten el sobrecogimiento y el alivio desplegado; receptan la voz del libro, participando, comentando, interrumpiendo, preguntando, exclamando, imaginando, percibiendo las imágenes del sonido-sentido.Adquiere el libro otra fascinación, desenterrar la vivencia compartida. El niño pre-letrado, apenas iniciado en la lectura, o enfrentado a la mecánica del aprendizaje lector, muchas veces carente de sentido, recuerda el otro libro oído, visto, tocado, sabe que encierra la voz oculta y secreta de la imaginación y el gozo, o el recuerdo afectivo del tono de la voz que le es familiar.
Llegar así al libro posibilita la relación dialogal entre el adulto y el niño pequeño, lo invita a apropiarse del poder de leer, no como ejercicio arduamente ensayado, sino con el juego-recuerdo de la entonación, la memoria imaginación sensorial de ese mundo de signos. Al leer el libro repetidamente, codo a codo con la voz del adulto (o niños mayores), el pre-letrado sabe dónde aparecen las palabras, las sitúa en ese espacio página, le guía la memoria visual y el índice, recorriendo las líneas en la distribución del espacio, las ilustraciones, su memoria auditora y su contacto afectivo.
Otras veces, el nexo amoroso del lector adulto con un libro es intuido por el niño pequeño. Esta sorpresa de algo que no alcanza a explicarse motiva su deseo de poseer el objeto amado por otro, llama la curiosidad o el interés su naciente sensibilidad.
Ana Pelegrín©