Gladiadores

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    gladiator-glory_optSiete siglos de espectáculo
    Tras “Gladiadores. El gran espectáculo de Roma” (Ariel), nadie será ya tan condescendiente con las inexactitudes y licencias del cine a la hora de tratar sobre estos luchadores de la arena. Alfonso Mañas consigue con su ensayo poner la historia en su lugar. Además, “Pan y circo” (Roca), de Yeyo Balbás; “El gladiador” (Edhasa), de Simon Scarrow, y “Espartaco, el gladiador” (Ediciones B), de Ben Kane, convierten las librerías en un coliseo. texto Francisco Luis del Pino Olmedo.
    La imaginación colectiva se ha alimentado durante décadas de la escenografía que el cine ha proyectado sobre el munus (la lucha de gladiadores), cuyas licencias y falta de rigor han tergiversado la realidad histórica a conveniencia del espectáculo visual creado por Hollywood y la televisión.

    Gladiadores. El gran espectáculo de Roma Alfonso Mañas Ariel 512 págs. 25,90 ¤.
    Gladiadores. El gran espectáculo de Roma
    Alfonso Mañas
    Ariel
    512 págs. 25,90 ¤.
    Los gladiadores jamás pronunciaron la frase “Ave, Caesar, morituri te salutant” (“Ave, César, los que van a morir te saludan”), igual que no se utilizaba el pulgar hacia arriba como gesto de clemencia y hacia abajo para condenar a muerte, tal y como explica en su magnífico ensayo Gladiadores. El gran espectáculo de Roma (Ariel) Alfonso Mañas, doctor en Historia Antigua. Con él, la autenticidad del fenómeno ha regresado a la arena, no siempre teñida con la sangre de los diecinueve tipos de gladiadores que competían, pues los enfrentamientos –dependiendo del período de tiempo de la historia de Roma– no se saldaban necesariamente con la muerte de ninguno de los contendientes.
    La muerte de un luchador popular representaba un descalabro para el organizador.
    Aunque sí es verdad que heridas y muerte eran inherentes a un oficio que, pese a ser considerado infame, levantaba enorme admiración entre los romanos, por lo que no se perdonaba al gladiador que había combatido miserablemente o de forma cobarde. Ya que lo esencial del deporte gladiatorio era mostrar las cualidades físicas y morales, tan arraigadas en una sociedad altamente militarizada como era la romana, que vivía, resalta Mañas, “por y para la guerra”. Y como no era posible formar a los niños en el campo de batalla para completar su educación militar, la recibían en el anfiteatro viendo luchar a los gladiadores.
    El munus era también una representación de la conquista del mundo por Roma; hombres y animales capturados en todas las regiones sometidas tenían una cita con la arena. En los territorios ocupados era mucho más que un espectáculo, pues se convertía en un instrumento de romanización. Así, en 206 a.C. Escipión el Africano ofreció un munus en Hispania (Carthago Nova) como demostración política del poder de Roma. Igualmente, explica Mañas, la lucha gladiatoria ofrecía la posibilidad al plebeyo romano, sentado en la grada, de olvidar las amarguras de una existencia miserable y dejarse enardecer con el espectáculo.
    Del rito al gran espectáculo
    coliseo_2_optSi bien los combates de gladiadores empezaron como parte de los funerales de romanos importantes –por ello munus significaba “deber”, “obligación”–, sin que el Estado tomara parte en ellos, antes incluso del fin de la República perdieron casi por completo su valor de rito. Y, para principios del Imperio, el munus ya estaba desacralizado, explica Alfonso Mañas. Algunos nobles no romanos ofrecieron espectáculos de gladiadores en sus tierras, como Antíoco IV Epífanes, rey de Siria, que organizó un munus fastuoso, según el historiador, en el que combatieron 240 parejas de gladiadores traídas de Roma, siendo estos los primeros profesionales que lucharon fuera de Italia.
    Las nobles romanas pagaban por sus servicios sexuales y hubo mujeres gladiadoras.
    La gladiatura tuvo sus luchadores famosos, apreciados incondicionalmente, o violentamente odiados por el público e incluso por emperadores, cuya rentabilidad era muy importante. Independientemente del célebre Espartaco, cuya fama no se debe a combatir en la arena, sino a la rebelión que lideró contra Roma (de 73 a 71 a.C.), encabeza la relación un tal Viriotas, que luchó en 150 combates. Su inmediato seguidor fue Asteropaeus con 107, y Sextius y Servilius, con cien combates cada uno. Por ello, la muerte de uno de estos luchadores de alto caché era un descalabro para el editor (quien organizaba y pagaba el munus), que debía abonar la indemnización al lanista (dueño de una escuela de gladiadores). Además, la afición perdería a la estrella que tanto la entusiasmaba, por lo que, como reflexiona el autor del ensayo, no era frecuente “que estos gladiadores caros recibiesen veredictos de iugula (degüéllalo); ni el público lo pediría –representando con el pulgar el gesto de degollar– ni el editor lo confirmaría”. Por consiguiente, la costumbre de conceder la missio (indulto) cuando el vencido la pedía tirando el escudo al suelo y extendiendo el dedo índice de la mano que sostenía el escudo, –que el público apoyaba entre gritos y agitando un extremo de la toga o un pañuelo– se generalizó durante este período de la República tardía como un medio de ahorrar dinero y gladiadores formados durante un largo tiempo.
    El historiador explica, que según un jurista del siglo II, el editor debía pagar ochenta sestercios al lanista por cada gladiador que actuaba y salía con vida y sin heridas, pero 4.000 por cada uno que resultara muerto o mutilado.
    Uno de los hechos más destacables que este ensayo recoge es el uso que los políticos hicieron de las familias gladiatorias, y que, según su autor, fue uno de los elementos más claramente responsables del deterioro del sistema político romano al final de la República. Con el paso de la República al Imperio se aumentaron los días del año dedicados a los munera y, al estar el senado sometido al emperador, los senadores dejaron de competir entre ellos para organizarlos, ya que ninguno podía obtener ahora el poder. Augusto, igual que anteriormente su padre adoptivo, Julio César, comprendió que los juegos gladiatorios eran la pasión del pueblo de Roma y que sin el apoyo del pueblo todo gobernante sería depuesto, por lo que dio munera organizados por el Estado. Y, para que no le costase dinero, creó escuelas de gladiadores cuyo propietario era el emperador (ludi imperiales) y autorizó la construcción de anfiteatros permanentes en Roma. Los espectáculos de Augusto fueron los más grandiosos que se habían visto hasta entonces, ya que, señala Mañas, “disponía de todos los recursos de un vasto imperio”.
    La irrestisible atracción
    De la complejidad del fenómeno gladiatorio, el historiador da cuenta detallada. Sin duda causa sorpresa conocer, por ejemplo, que en el ludus, junto al arte de las armas, se enseñaba el de la actuación. Y esto se explica porque un gladiador que sabía transmitir y ganarse al público arrastraba más gente que uno que solo luchara bien. El emocionar era importante igualmente porque podía impresionar a las seis vestales (vírgenes consagradas), que eran las que decidían el veredicto en el Coliseo. El gladiador debía representar bien su papel, “incluso a la hora de morir”.
    Las nobles romanas compraban los servicios sexuales de sus luchadores preferidos, ya que tanto en la escasa vestimenta del gladiador como en el combate encontraban un fuerte erotismo. Algo parecido sucedía con las mujeres gladiadoras, que combatían con los pechos desnudos; este fenómeno, introducido por Nerón para dotar de suntuosidad los munera, tuvo una menor difusión que el de la gladiatura masculina.
    A pesar de exponer su vida, la salud de los luchadores se vigilaba estrechamente. Así, cada escuela de gladiadores disponía de excelentes médicos. El más famoso de la antigüedad, Galeno (129-217), que llegó a ser médico de cuatro emperadores, adquirió todo su conocimiento práctico al trabajar a diario con gladiadores durante unos años.
    Hubo también emperadores que, atraídos por la fuerza de la arena, practicaron el deporte gladiatorio. Calígula (37-41) fue el primer emperador que combatió como gladiador, mientras que Nerón (54-68) llegó a hacerlo en espectáculos privados. Cómodo (180-192) fue el que con más empeño y constancia combatió en la arena. Caracalla (209-217) también lo practicó. Y Macrino (217-218) había sido gladiador antes de alcanzar el más alto cargo del imperio.
    Este gran trabajo de investigación, que aúna rigor y amenidad, observa además en sus conclusiones finales unos muy notables paralelismos con algunos deportes actuales, y revela, por último, que el mismo ritual que se practicaba con los gladiadores caídos se sigue realizando al fallecer un Papa todavía en nuestros días. ¡Apasionante! no...

    Revista Que Leer.com



    Perez Reverte y el Graffiti

    By: imagenes On: 11:53
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  • Actualidad Literatura


    Posted: 29 Nov 2013 03:54 AM PST
    1381154186 0 opt Pérez Reverte y el Graffiti
    Pérez-Reverte se ha metido en un nuevo jaleo… esta vez con los artistas urbanos.
    Y es que en su nueva novela, que aún no ha salido, trata el tema de cerca fruto de una observación directa del arte callejero, concretamente de la técnica del graffiti, que le  ha llevado a escribir frases polémicas.
    Algunso graffiteros afirman que en parte tiene razón en lo que cuenta pero que cae en ciertos tópicos achacables a esta modalidad pictórica.
    Aquí os dejamos algunas de sus palabras para que las valoréis vosotros mismos y las comentéis con nosotros.
    Reverte afirma que: ”Eran lobos nocturnos, cazadores clandestinos de muros y superficies, bombarderos sin piedad que se movían en el espacio urbano, cautos, sobre las suelas silenciosas de sus deportivas…”
    Prosigue diciendo que un graffitero ”no es una persona que pinta por pintar. Lo hace por ganarse una reputación en un mundo de reglas y códigos muy estrictos y muy conocidos, que además se arriesga. Hay héroes y villanos, delatores y cobardes en ese mundo, mucho más complejo de lo que parece a simple vista” y termina diciendo que hay de todo en este campo ya que ”son muy diferentes, pero a todos les une la calle. Hay artistas muy buenos de verdad; otros son pésimos. Algunos en el futuro quieren ser algo, otros no quieren ser nada”
    Más información – Novelas en la web
    Foto – El Mundo
    El artículo Pérez Reverte y el Graffiti ha sido originalmente publicado en Actualidad Literatura.

    Tomado de Actualidad Literatura